El autodidacta del diseño

¿Habéis escuchado alguna vez eso de “yo tengo suerte, trabajo en lo que me gusta”? Yo lo he escuchado tantas veces a tantas personas que luego no acabo de entender por qué luego hay tanta gente que se queja de sus trabajos de ensueño. Creo que tendemos a exagerar, tanto para bien, como para mal, en relación a nuestros trabajos: cuando tenemos un buen día tenemos el mejor trabajo del mundo y cuando es malo, no lo hay peor. Pero sí que existen personas que realmente han conseguido el trabajo de sus sueños.

Mi amigo Víctor siempre fue un fanático de la decoracion de interiores. Desde que le conocimos ya mostraba interés por este asunto… y no era lo habitual a nuestra edad. Por aquellos tiempos escuchar a alguien hablar de que tal o cual color pegaría estupendamente con las cortinas, sonaba un poco raro… Pero Víctor era así.

Lo curioso del caso es que nunca estudió nada que tuviese que ver con su pasión. Por influencia familiar optó por Derecho y sacó la carrera sin ningún problema. Pero en los tiempos muertos seguía enfrascado en su gran afición. Leyendo libros, asistiendo a cursos y trasteando con programas informáticos especializados en diseño.

Llegó a hacer algunas prácticas relacionadas con su carrera y trabajó durante un año en un despacho de abogados, pero no estaba feliz. A veces sucede que nuestras aficiones son tan fuertes que no pueden quedarse en un segundo plano. Esto es lo que le debió suceder a Víctor con la decoracion de interiores. Su pasión le ‘obligó’ de dedicarse a ello a tiempo completo.

El caso es que nunca estudió formalmente. Al margen de algunos cursos, todo lo aprendió de forma autodidacta. Pero cuando se presentó a una oferta de trabajo relacionada con el diseño de interiores, le cogieron sin dudarlo: dejó fascinado a la entrevistadora.

Ahora tiene su propio negocio que va viento en popa. Dice que no se arrepiente de haber estudiado Derecho porque también lo aprovecha para llevar su empresa. Pero además, ejercer de algo que no le gustaba mucho le sirvió para darse cuenta de que, a veces, hay que hacer lo que te pide el cuerpo, sobre todo si se trata de un trabajo para toda la vida.