Envidia sana 

Supongo que mis padres sentirían algo parecido conmigo cuando era pequeño de lo que yo siento con mi hijo. Cuando ellos eran niños les tocó vivir la posguerra, una situación muy difícil para la mayor parte de familias del país. Por aquella época era más que complicado mantener una dieta equilibrada: a menudo las familias se conformaban con poder comer lo que fuera, ¡cómo para preocuparse por tener una alimentación variada!

Escuché algunas anécdotas de mi padre que vivió buena parte de su juventud en Castilla hablar sobre lo que se podía comer en su casa con una familia de nueve miembros: se comía lo que daba la huerta, algo de caza y muchas sobras del mercado. ¿Y pescado? Me dijo que podían pasar muchas semanas sin comer pescado. No eran tontos y sabían que el pescado es proteina y que debían consumirlo, pero no lo tenían. 

Otra cosa es si vivías en un entorno costero. Probablemente podías comer mucho pescado, pero a lo mejor era la carne lo que faltaba. Eso es lo que le sucedió a mi madre que nació y creció en un pueblo de costa. Solía decir que un filete de carne de vaca se consumía para las fiestas y las celebraciones… y no en todas. 

Cuando yo era un niño no hubo ninguna posguerra, pero tampoco es que en mi casa hubiese una extraordinaria variedad de alimentos. Eran otros tiempos, tampoco eran millonarios y teníamos otras prioridades. Desde luego a mi madre le costaba bastante alimentar a tres niños pequeños y tener tiempo para medir con exactitud la cantidad de vitaminas y minerales que debíamos consumir. 

Y ahora damos de comer a mi hijo de dos años como si el mundo se fuera a parar si un día no toma suficiente fruta. Sabemos como se sabía antes que el pescado es proteína y que los niños pequeños deben estar bien alimentados. Me da un poco de envidia ver crecer a mi hijo con tanta atención a los detalles, pero no sé hasta qué punto los padres nos estamos volviendo un poco locos con seguir tan el pie de la letra las recomendaciones.