Un nuevo habitante en casa 

Nunca habíamos tenido un habitante “peludo” en casa hasta ahora: ni perros ni gatos. Además, ni mi mujer ni yo habíamos tenido tampoco esa clase de animales en la casa de nuestros respectivos padres así que no teníamos experiencia. Pero nuestros hijos nos terminaron por convencer de que debíamos tener un gato en casa. Lo hablamos largo y tendido con ello y conseguimos arrancarles un compromiso de que su cuidado y responsabilidad correspondería a todos, no solo a los papis.

Pero pronto nos dimos cuenta de que tener un gato en casa conlleva muchos cambios, también a nivel práctico. Ya sabíamos que los gatos necesitan rascar con sus uñas y conviene cortarlas habitualmente, pero no esperábamos que la tomara tan rápido con algunos elementos del mobiliario como los estores. Un buen día llegamos a casa y nos encontramos con uno de los estores de tela con una pequeña rotura. No fue difícil localizar al culpable porque no tardó en volver a las andadas. En cuestión de una semana, dos estores rasgados.

Es cierto que no eran piezas caras y ya tenían una temporada, pero nos dio que pensar sobre lo que nos esperaba. Y es que, pese a que los gatos llevan muchos siglos siendo domésticos, no pueden esconder su carácter felino. Con estos problemas con el mobiliario no nos arrepentimos de haber llevado al gato a casa. Lo vemos como un miembro más de la familia, pero como tal, también debe ser educado. Porque si no entiende que no debe colgarse de los estores, compraremos otros y pasará lo mismo.

Así que estas últimas semanas hemos pasado un tiempo extra con el gato insistiendo con los rascadores. Parece que va entendiendo de que si tiene ganas de colgarse de algo debe ser de los rascadores que cumplen esa función y están específicamente diseñados para ello. Pero los animales son muy suyos y a veces les gusta ir a su aire. Así que hemos tenido que hacerle ver lo que está mal y lo que está bien, con refuerzos positivos y riñas cuando lo hace mal. Porque también se puede (y se debe) educar a los gatos.